Ken vivió la vida al máximo y animó a otros a hacer lo mismo. Iluminaba una habitación con personalidad e historias divertidas, y si estabas callada, te atraía para que te sintieras parte de la fiesta. Cocinó todo desde cero, y cada comida, desde espaguetis hasta rollos de col, macarrones con queso, langosta … estaba deliciosa. Era un gran padre con nuestros 3 hijos, jugaba con ellos, se embarcaba en aventuras, contaba historias tontas y los acostaba cada noche con una oración y una canción. Era generoso, cada Navidad caminaba por las calles de Chicago repartiendo facturas a las personas sin hogar. Y, como esposo, era tranquilizador, a veces molesto, pero siempre cariñoso, una gran persona con quien reír y hablar todos los días. ¡Ken fue muy querido y muy extrañado!